Con el permiso de don Florencio López –y a él seguramente le habría gustado que así sea en la celebración del centenario de su natalicio- voy a recordar una anécdota que tuviera no solo al Negro como protagonista sino también y de modo especial al Dr. Ernesto Alejo Maxit.
“...vale la pena decirlo, y reiterarlo el Negro y Maxit, Maxit o el Negro, siempre estuvieron cerca de la Fraternidad, para ayudarnos material o moralmente, en cualquier encrucijada que pudiese presentarse en la vida fraternal...”
Tuve la suerte de conocer a Maxit de cerca. Como Rector del Histórico, profesor, tutor y amigo inolvidable. Lo frecuentábamos en Salta 229 –entonces su casa- con numerosos confraternos. Slavin, mi hermano Víctor, Wiede, Miguel Polo, Walsh, son los nombres que recuerdo de aquellos encuentros. Por las tardes sabíamos llegar para participar de animadas tertulias, con el amargo de mano en mano, donde las bromas no estaban ausentes al lado de temas relativos a la actualidad o a la Frater. Hablo de los años ´55 a ´57.
Sumamente bondadoso, avezado conocedor de nuestras instituciones y su historia. Sumaba a su entrañable amor a la Fraternidad, a la que ingreso en 1928, una envidiable inteligencia y una hombría de bien poco común.
Formal y serio, cuando debía serlo. Elocuente y conciso. Sencillo y convincente. Conversaba con nosotros como si fuese uno más, lo que no empañaba el respeto que le dispensábamos. Muy amigo de Florencio López, a quién le unía el mismo amor por la huestes fraternales.
Ello me trae al recuerdo una anécdota que mis contemporáneos podrán recordar, pues fue inolvidable. Ocurrió, posiblemente en 1956, en el viejo Fortín Fraternal, donde nuestro querido Estudiantil jugaba de local con División, un partido de básquet probablemente decisivo, para definir el segundo puesto de la primera división. El campeón, seguramente, fue Rocamora.
La rivalidad entre Estudiantil y División era conocida. También de las hinchadas. En un partido anterior, tengo presente, haber recibido una pedrada en la cabeza, otra fue para la frente del “Mocho” Slavin. Fue al término del encuentro cuando regresábamos a la Frater desde el Club División, entrevero mediante en el que también hirieron con arma blanca a una amigo del colegio de apellido Jáuregui. El autor, decían, fue un tal “Manchado”; felizmente, lo que importa es que el corte recibido en el vientre fue apenas superficial.
Con ese antecedente, la Comisaría destacó un contingente de policías para el partido a disputarse en el Fortín, en prevención de incidentes más graves.
Serían las 21 horas. Mucho público. Nuestra cancha iluminada, las inmediaciones, no tanto. Los Fraternales ocupando el lugar de nuestra hinchada, con la recomendación de portarnos con corrección. Y así lo hacíamos. El partido transcurría normalmente, con nuestro aliento fervoroso. A poco de terminar, una infracción bien o mal cobrada, discusión en el medio de la cancha, exceso de celos de la policía cuando todavía no había desorden y ardió Troya. El Negro López procurando calmar a nuestra hinchada. Policías palos en manos, sillazos para defenderse. Maxit, presente, cerca del Negro, aplacando los ánimos. En un momento se dirige hacía el policía enfurecido que hacía de Jefe y, queriendo calmarlo e individualizarlo, le pregunta: - ¿Dígame, por qué tanta violencia, cómo se llama Ud.? “A Ud. que le importa... ¡que dentre el guachaje!... ¡que dentre el guachaje!” fue la respuesta insolente. Con esta última expresión quería significar que debíamos retirarnos de la cancha y entrar al edificio central. Y el guachaje éramos nosotros que habíamos atinado a defendernos frente a la injustificada agresión.
Maxit, en ese trance, con la calma necesaria y difícil, saca un cigarrillo, lo enciende, con la tenue luz del encendedor alcanza a leer el número de chapa adosado al uniforme y lo anota en una pequeña agenda que llevaba en el bolsillo de su saco, actitud que sorprende al policía y más aún cuando escucha como respuesta a su insolencia la siguiente frase: “Señor, esto lo aclaramos mañana en la Policía sepa que soy abogado y el Rector del Colegio Nacional”.
El agente del orden que comandaba el grupo, cesó de inmediato en la agresión y llamo a sus subordinados. Mientras el Negro López lograba otro tanto al lograr aplacar la ira de la “centuria fraternal” a punto a disponerse al combate.
No tengo presente con que resultado concluyó el partido. Sí, que cuando le preguntamos a Maxit si había radicado la denuncia, nos dijo: “No. El problema no es el policía alterado sino su ignorancia. Simplemente, llamé al jefe de la Comisaría para pedirle que instruyeran a sus hombres, pues es inaceptable que confundan al grueso de los estudiantes con vulgares malvivientes”.
Y, vale la pena decirlo, y reiterarlo el Negro y Maxit, Maxit o el Negro, siempre estuvieron cerca de la Fraternidad, para ayudarnos material o moralmente, en cualquier encrucijada que pudiese presentarse en la vida fraternal.
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