Carlos Horacio Bruzera, distinguido Confraterno, nos ha hecho llegar esta colaboración que queremos compartir con ustedes.
LOS
CUATRO FUNERALES DEL GENERAL BELGRANO
Y
EL DÍA DE LA BANDERA
El 20 de junio de 1820 debió ser un día frío,
desapacible; y aunque para la minoría,
dramático, doloroso, para la mayoría estuvo cargado de tensión y angustia. En esa jornada, la población solo tuvo oídos y pensamientos para
el anárquico momento político que se vivía. No había tiempo para los muertos con tantos intereses en juego.
Ese día, la provincia de
Buenos Aires no tuvo Gobierno alguno. El gobernador propietario Idelfonso Ramos
Mejía presentó su renuncia a la Junta de Representantes, la que tras aceptarla,
de inmediato ordenó al Cabildo,
depositario del bastón de mando,
que enviara mensajeros al general Estanislao Soler expresando que la ciudad
estaba a la espera de su llegada como gobernador, pero éste rechazó el
nombramiento por falta de garantías.
El memorista Juan
Manuel Beruti, anota en su diario: El 20
de junio de 1820. Se hizo saber por bando, haber el señor gobernador don
Idelfonso Ramos Mejía abdicado al mando, e ínterin estaba el gobierno en el
excelentísimo Cabildo.
Lo que no dice por ignorarlo, es que a las 7 de la mañana
había muerto el general Manuel Belgrano, en la casona paterna de la calle Santo
Domingo, actual avenida Belgrano 430.
Siendo verdad que por entonces no había diarios y apenas
existían cuatro periódicos en Buenos Aires, la otra verdad es que cinco días
más tarde, solo uno de ellos, el semanario “El Despertador Teofilantrópico” del
padre Francisco de Paula Castañeda, anunció
la triste perdida. De todas
maneras la luctuosa noticia de “El Despertador”, no despertó la memoria, ni la
gratitud, ni la pena de nadie.
Los cuatro funerales de Belgrano tuvieron más allá de lo
curioso de su número, detalles tristes,
aciagos, si me permiten los vocablos, que marcaron los acontecimientos
luctuosos.
El historiador Arturo
Ricardo Yungano, escribe (…) El
patólogo doctor Juan Sullivan a pedido del
médico del prócer, doctor José Redhead, efectuó la autopsia. Realizada
ésta y haciendo referencia al corazón del difunto (…) Sullivan sintió un deseo vehemente de separarlo y guardarlo, pero otro
obductor se opuso.
Belgrano con su corazón, vestido con el hábito de la
Tercera Orden de Santo Domingo, fue enterrado ese mismo día, en un sepulcro
preparado al pie de la pilastra derecha del arco central del frontispicio de la
basílica de Nuestra Señora del Rosario, anexa al convento de Santo Domingo.
En una caja de pino cubierta por un paño negro y cal,
debajo de una losa de mármol cortada de una cómoda del hermano del general,
Miguel, el Prócer intentó descansar en paz.
Ocho días más tarde, casi en secreto a raíz de las convulsiones políticas y
bélicas, se efectuó el segundo funeral.
Siempre tiñendo estos momentos solemnes con un manto de
angustia, ese día se libraba en
cercanías de la actual ciudad de Ramallo, donde a fines de 1810 el general Belgrano había reclutado hombres
para su Ejército Expedicionario al Paraguay, la Batalla de Cañada de la Cruz,
en la cual las fuerzas de Buenos Aires al mando el general Estanislao Soler, ya
investido como gobernador, eran derrotadas por fuerzas santafesinas conducidas
por su tocayo, el general Estanislao López.
En oportunidad de este segundo funeral, rindió el homenaje
el jurisconsulto Manuel Antonio de Castro, quien en un pasaje de su ofrenda
expresó: (…) Jamás disimuló faltas ni
delitos por la clase de personas y solo el benemérito y el honrado era acreedor
a sus consideraciones.
Un año más tarde, Buenos Aires se percató del doloroso
olvido en que había incurrido, por lo que dispuso efectuar el tercer funeral
del general Manuel Belgrano,
Se fijó el domingo
29 de julio que según el espíritu del planeado homenaje, retrotraería las exequias en el sentimiento
público.
A un año y treinta y nueve días, el cañón de la Fortaleza
anunció cada cuarto de hora que la ciudad estaba de duelo.
Veamos lo que anotaba Juan Manuel Beruti: El cadáver o tumba (figurada) salió de su casa, cargado solo por los
brigadieres y coroneles, acompañado de todos los cuerpos civiles y eclesiástico,
comunidades religiosas y las cruces de todas las parroquias a las que presidía
la del Cabildo eclesiástico, cuyo dean hacia de preste, descansando en cada
bocacalle en donde se hacía una posa; concurrieron todas las tropas formando
calle cuyos soldados, oficiales, banderas, tambores e instrumentos músicos
llevaban lazos y bandas negras, e
igualmente las armas a la funerala.
(…) Este entierro
salió de su casa, junto a Santo Domingo y tardó en llegar a la Catedral desde
las 9 del día hasta las 2 en que entró a la iglesia; a cuya hora se
principiaron las vigilias de honras, primorosamente cantadas por música hasta
las dos de la tarde que salió la misa, la que concluida con los demás responsos
de estilo y ceremonia, fue la oración fúnebre que predicó el canónigo Valentín
Gómez.
A las cinco de la tarde, la “sociedad lúcida” se reunió
en casa de Manuel de Sarratea situada frente mismo a Santo Domingo y en diagonal a la casa del Prócer,
calle de por medio y allí, entre libaciones y palabras, ocurrió la curiosidad
del tercer funeral del general Belgrano.
El hacendado español José Ramón Milá de la Roca, hermano
del secretario privado del Prócer, José Vicente, dio principio a su alabanza
fúnebre, pero don José Ramón, a las primeras palabras palideció y de pronto,
ante el estupor de los presentes, cayó fulminado por un desmayo que duró más de
una hora. Al recobrarse, entalló en
llanto, lo que al decir del historiador Rafael Alberto Arrieta: Aquel número inesperado acentuó el carácter
patético de la conmemoración.
El cuarto funeral del vencedor de Tucumán y Salta
principió en 1895 cuando Gabriel L.
Souto, estudiante de la Sección Sur del Colegio Nacional de Buenos Aires, lanzó
una idea: hacer un mausoleo a Belgrano que “fuera el más hermoso que tuviese la
ciudad”.
Se pensó que tal obra no podía ser realizada de otra
manera que no fuera a través de una colecta nacional. El Congreso Nacional por intermedio de una Ley aportó ese año 1896,
la suma de cincuenta mil pesos, medida que fue seguida por las legislaturas
provinciales.
Obra del arquitecto italiano Héctor Ximenez, la obra fue
inaugurada el 20 de junio de 1903, día en que se trasladan a él los restos
mortales del Prócer.
Ese cuarto y definitivo funeral de Belgrano también tuvo su doliente curiosidad.
El 4 de septiembre de 1902, una comisión designada por el
Poder Ejecutivo, ejercía la presidencia el general Julio A, Roca, procedió a la exhumación de los restos.
Abierto el sepulcro, ubicado como sabemos en el atrio de
la basílica, los huesos fueron colocados en una bandeja de plata en presencia
del escribano mayor de Gobierno Enrique Garrido.
Se encontraron juntos a las piezas óseas, algunos
dientes, dos de los cuales fueron retirados, uno, por el ministro Joaquín V, González y el
otro, por el ministro de guerra coronel Pablo Ricchieri.
Semejante insólito proceder hizo que todos los diarios de
Buenos Aires estallaran de indignación. Como consecuencia, las reliquias fueron
devueltas al prior de Santo Domingo,
quien informó de su devolución y acompañó en una misiva al diario “La Prensa”, las
justificaciones de los hombres públicos.
El doctor González señaló que llevó el diente a fin de mostrarlo a sus amigos,
y el coronel Ricchieri, para presentarlo al general Bartolomé Mitre.
El 20 de junio de 1903, los restos fueron trasladados al
mausoleo situado frente al atrio de la basílica de Nuestra Señora del Rosario, cumpliéndose
así el cuarto y definitivo funeral del
general Belgrano.
Años más tarde, el 1º de mayo de 1936, ante los agravios
cometidos ese día contra los símbolos nacionales por turbas extremistas, un grupo de ciudadanos
entre los que se encontraban el doctor Luís Agote, el capitán de fragata
Eduardo Videla Dorna, Raúl y Alfredo J. Etcheverry, tuvo la idea de donar en
desagravio a la Municipalidad, un cofre contendiendo la Enseña Nacional,
realizada en gros de seda de quince metros de largo y con un sol bordado con
hilos dorados que pesaba ocho kilogramos.
Tal donación tenía como destino el de ser honrada en
las fechas magnas; lo que se efectuó por
vez primera ese 20 de junio.
A partir de esa fecha, en las dos próximas recordaciones
de la muerte del general Manuel Belgrano, presidida por la bandera donada y
ante el mausoleo del Prócer, desfilaron rindiendo honores estudiantes secundarios y universitarios.
La Enseña Patria fue entregada por la Municipalidad de
Buenos Aires en 1960 para su custodia, al Museo Histórico Nacional donde
permaneció hasta 1971, en que ante el pedido del Museo de la Bandera de la
ciudad de Rosario, le fue cedida y en el que se haya actualmente depositada.
Dos años más tarde de las injurias que sufriera el Paño
Sagrado, una Comisión de personalidades
políticas, militares y religiosas, elaboró un proyecto de ley creando el “Día de la Bandera”, el que de
inmediato fue puesto a consideración del Congreso Nacional. El proyecto fue
tratado por primera vez el 7 de
junio de 1938. Sancionada la Ley Nº
12.361 que establecía el homenaje, el presidente Roberto M. Ortiz rubricó el
Decreto de promulgación.
Impulsado por actos despreciables, la creación del Día de
la Bandera es de sublimes implicancias, acrecentando el origen animoso el valor
de la reparación ciudadana.
El 24 de septiembre de 1873, al inaugurarse en la Plaza
de Mayo la estatua ecuestre del general Belgrano, coincidiendo con el
sextuagésimo aniversario de la Batalla de Tucumán, el presidente de la Nación
Domingo Faustino Sarmiento dijo:
Todos los capitanes
pueden ser representados, como en esta estatua, tremolando la enseña que
arrastra las huestes a la victoria. En el caso presente, el artista ha conmemorado un hecho único en
la historia, y es la invención de la bandera con que esta nueva nación surgió
de la nada colonial, conduciéndola el mismo inventor.
En el mismo acto, Bartolomé Mitre enaltece el homenaje al
decir:
Vencedor de Tucumán,
Salta y las Piedras, vencido en Vilcapugio y Ayohuma; que vivirás en la memoria
y el corazón de los hombres, mientras la bandera argentina no sea una nube que
se lleva el viento.
Recuerdo ahora lo que me contaron había dicho cierta vez
un inmigrante español de principios del siglo XX, Donato Álvarez Rosón,
contemplando la Enseña Patria:
- ¡Qué linda es nuestra Bandera!.
- ¡Qué linda es nuestra Bandera!.
Carlos
Horacio Bruzera
Lunes 18 de junio de 2012, en Buenos Aires.
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